El baile social, a diferencia del baile deportivo o de competición, no está basado en unas coreografías de alta dificultad reproducidas con máxima precisión y estilización estética. El baile social, a nuestro entender, se caracteriza por la impredecibilidad del resultado, por no saber qué movimientos y pasos surgirán de la interacción entre la música y los bailarines y de los bailarines entre ellos. De hecho, entendemos que uno de los máximos atractivos del baile social es la posibilidad de que de dos bailarines concretos y una música concreta surja una forma de bailar e interactuar completamente diferente cada vez. Nos atrae la posibilidad de poder ser un bailarín un poco distinto en cada baile o con cada pareja.
Esta impredecibilidad se basa en la concesión y la consecución de libertad. En primer lugar debemos concedernos libertad; ser creativos y dejar que la pareja también lo sea; romper las normas que nos han enseñado; dejar de hacer lo que ya hemos repetido centenares de veces; permitir que las cosas no sucedan exactamente tal como estaban previstas. Evidentemente que esto es muy difícil en las fases iniciales del proceso de aprendizaje del lenguaje del baile. Al principio se necesitan normas y hay que cumplirlas (por ejemplo: el leader empieza su swing-out con el pie izquierdo, la follower pone su mano izquierda sobre el hombro izquierdo del leader…). Si todo es demasiado impredecible se hará complicado interaccionar eficientemente con la pareja. Es por este motivo que, al principio, tendemos a coartar nuestra libertad. Así, desde el punto de vista de la coordinación y la eficiencia corporal, durante el aprendizaje, nuestros músculos suelen estar más tensos, más rígidos. Esto es así de forma natural. Este es un recurso que tiene nuestro sistema motor para restringir las posibilidades de movimiento de algunos segmentos del cuerpo y poder priorizar la concentración en la ejecución de otros. También tendemos a repetir pasos que nos son más cómodos y entrenados. Preferimos bailar con un tipo de música que nos sea más familiar, más simple, más lineal y a sacar a bailar sólo aquellas parejas de las que conocemos su nivel, su manera de bailar, sus posibles respuestas. Pero, poco a poco, nos hemos de dar la posibilidad de que todo sea más impredecible, más variable, más emocionante.
En segundo lugar, debemos automatizar todo aquello que sea automatizable para conseguir libertad. Aquellos recursos neuronales que no debamos destinar a las tareas básicas los podremos utilizar en aspectos más creativos del baile. Entre estas cosas a automatizar está la interpretación de la música. Nos referimos a la capacidad de leer lo que dice la música, de extraer la información que puso el compositor al crearla y los músicos al tocarla. Esto incluye aspectos como saber percibir la pulsación de la música que suena, identificar el 1 o reconocer la estructura de las frases. También hay aspectos menos tangibles como el color de la música o la energía que nos aporta una pieza determinada.
Además, al final del camino de la interpretación musical encontramos la musicalidad, la capacidad de expresar en el baile aquello que dice y nos hace sentir la música. La musicalidad también se puede entender como la capacidad que tiene el bailarín para conseguir que la música también tenga un cierto papel en la interacción entre los bailarines. De hecho, pensamos que la musicalidad es uno de los factores que más pueden facilitar esta interacción.
Ciertamente se puede bailar y pasarlo bien sin interpretar ni expresar la música con el movimiento del baile. La musicalidad sólo es importante para aquellos bailarines que quieren incorporar esta faceta en su baile. No es imprescindible ser musical, ni es mejor serlo. No todo el mundo debe ser musical al bailar ni serlo de la misma forma.
Pero, mientras la musicalidad no tiene que ser igual de importante para todos, sí hay aspectos vinculados con la interpretación musical que consideramos esenciales y que, si no se tienen bien integrados y automatizados, pueden limitar el baile. Se puede no ser musical e igualmente pasarlo muy bien bailando pero, muy probablemente, sí se tienen dificultades de interacción con la pareja y de realización satisfactoria del baile si uno tiene dificultades para identificar la pulsación o el 1. De hecho la falta de herramientas eficientes que permitan resolver estas limitaciones incluso lleva a que algunos bailarines acaben por dejar el baile.
Somos conscientes de que estamos intentando racionalizar la espontaneidad. Esto nos parece un gran contrasentido. Pero esperamos que nuestro proceso de racionalización permita que otros encontrar la espontaneidad. Pensamos que todos tenemos en nuestro interior los recursos para ser musicales. Hay bailarines en los que los recursos emergen solos. A veces emergen ya cuando empiezan a aprender los primeros pasos. En otros el proceso necesita más tiempo. Estamos convencidos de que, en aquellos casos en que los recursos no acaban de emerger, se puede facilitar el proceso con ejercicios que ayuden a encontrar los propios recursos, con indicaciones que ayuden a centrar la atención en aspectos que faciliten la emergencia y la potenciación de la propia musicalidad.
Este primer artículo es la carta de presentación de un trabajo minucioso y muy interesante sobre la interpretación musical y la musicalidad en el baile elaborado por Jaume Rosset i Llobet con la colaboración de Jaume Aulet, ambos con una ya larga “carrera” en el mundillo del swing y que, amable y desinteresadamente (algo no muy habitual hoy en día), me autorizaron para poder subir en el antiguo blog «El rincón de Daddy Swing». Desde aquí os quiero dar las gracias por vuestro trabajo y vuestra generosidad. Podéis ver este trabajo en su página web Swing this music y seguirles en su grupo de facebook